viernes, 2 de mayo de 2014

TRAS LA SENDA DE KANAÁ 2

Larga había sido la espera desde que Kanaá escapara al control de los Nanús y huyera del lago. Interminable la vigilancia de generaciones sobre las aguas de la laguna aguardando el regreso del demonio y poder librar las almas agonizantes que allí permanecían atrapadas. El poblado estaba preparado, los presagios así lo dictaban. El espíritu había regresado. Fasúm no tenía miedo, no podía tenerlo. Él era descendiente de Farup, el niño que sobrevivió junto a su hermano, y que fue culpado de la desgracia que sobrevino al pueblo. No retrocedería, se lo debía a lo que tantas descendencias de aquel chico habían sufrido. Debía limpiar el honor de su familia y esa era la noche. Por ello estaba solo en el centro del marjal, para enfrentarse al mismo mal que su antepasado, pero esta vez con la premisa de vencerlo. Una decena de canoas rodeaban la del muchacho, que permanecía expectante y alerta, para intervenir en caso necesario. Los rezos desde la orilla comenzaron como un murmullo y el agua se agitó de manera ligera. Fasúm apretó su lanza cuando el canto se elevó y con ello las vibraciones de la chalana. Los gritos de angustia de las ánimas atrapadas ensordecieron sus oídos y no escuchó nada más. Una sombra ocultó la luz de la luna y la lucha comenzó. Kanaá contempló a aquel crío y tuvo un estremecimiento. Supo que esta vez debería enfrentarse a él, pues el poder de los Nanús era superior y no podría escapar a su destino. Tomó una decisión. Cuando el demonio le atacó con desmesurada violencia Fasúm no se movió. Agarrado a su lanza se plantó encarándole sin miedo ni vacilación. Las garras de aquel ser cubrieron sus brazos de heridas que sangraban al instante, los golpes que el espectro le daba le hacían boquear por la falta de aire en sus pulmones, las embestidas que intentaban sacarle de la barca casi lograban su objetivo, pero Fasúm tenía un pundonor que rayaba el poder de los dioses, y aunque sus ataques con la pica apenas provocaban daño a Kanaá, si conseguían enervarlo. Hasta que cansado de ese baile el espíritu quiso acabar de una vez con aquel ser insignificante. Para ello pretendió ocupar su cuerpo quedando atrapado, para asombro del demonio, en el amuleto que colgaba de su pecho. La ira fue como fuego y le marcó la piel permaneciendo inamovible hasta que los rezos y cánticos cesaron. Todo había terminado. Fasúm fue un gran lider para los Nanús y sus generaciones posteriores elevaron su nombre. Kanaá no volvió a ser llamado y los ritos de madurez en el poblado fueron prohibidos. Ahora, en las noches de luna llena, no hay niebla ni gritos de horror, solo el canto de las aves nocturnas y el brillo de las estrellas. Mientras una canoa permanece en el centro del lago, inmóvil, paciente, con un portador del amuleto para vigilar que el demonio no vuelva a escapar.