sábado, 10 de mayo de 2014

RUMORES DE SOCIEDAD

—Dígame Mrs. Thompsom, ¿es verdad lo que se cuenta sobre usted en los corros de la alta sociedad?. —Depende, Sra. Clearwater. Ya sabemos cómo son esos encuentros. No hay en ellos más que chismes carentes de veracidad e infamias malintencionadas. —No pretendía ofenderla. Sabe cuánto aprecio su amistad y que siempre esté dispuesta a cuidar de mi hija. Solo es… —Entiendo. Le voy a decir una cosa y espero zanjar este asunto entre nosotras ahora mismo. Los rumores son inciertos de todo punto, falsos como una moneda de tres peniques. —Por favor, no se enfade conmigo Mrs. Thompsom, se lo pido de corazón. Son tiempos revueltos y nadie sabe que pensar. Cuando una mujer habla de cosas de hombres, enseguida… ya sabe… la ven con malos ojos. Le ruego no tenga en cuenta mis palabras, se lo suplico. —Olvídelo. Me estoy acostumbrando a las habladurías maldicientes sobre mi persona y la vida que me han obligado a llevar. Ser soltera en estos tiempos y no callar lo que piensas te crea enemistades, incluso entre tus supuestas amigas. Déjelo pasar, a mí ya se me ha olvidado – sonrió. —Ahora he de marcharme, Mrs. Thompsom. Mañana le traeré a la niña a la misma hora. Y le insto a que perdone mi impertinencia. —No se preocupe— y le hizo un guiño—, mañana nos veremos y será otro día. “Otro día en el que nada será lo mismo”, pensó mientras la Sra. Clearwater se marchaba del parque con su hija de la mano. Momentos después una sombra apareció por entre la arboleda que estaba situada detrás de ella, se acercó y le tapó los ojos con una mano. —¿Quién soy? —Esto tiene que acabar— dijo ella—, tu mujer acaba de irse.