lunes, 28 de abril de 2014

DUERMEN BAJO LAS AGUAS

Duermen bajo las aguas, en su profundidad, en el fondo oscuro de aquel lago inmenso, el cual permanecía congelado gran parte del año debido a su altitud. Alejadas de todo y todos. Viven en el fondo del lago. Es mejor no verlas porque son precursoras de muerte si llevas la violencia en tu corazón. Veneradas y recordadas por sus familias, reposan inmunes al mundanal ruido de la superficie acuática. Al acercarse la primavera y debido al calor del sol, el lago se descongela y la densa niebla que produce lo envuelve. En ese primer deshielo, era el momento de la tradicional procesión de las lámparas. Con la última luz del día se aventuraban por el lago con grandes luminarias para poder atraerlas y rendirles homenaje. Vivian con la maldición de la primogénita desde que las cinco primeras familias se asentaron en aquel lugar. En aquel lago alimentado de aguas de las nieves eternas y surgencias que brotaban en el fondo. Solo una niña nació en aquel primer año de asentamiento. Aislados en esa altitud se dedicaban a la ganadería, pesca en el lago y recogida de los frutos de bosques cercanos, no se vieron bendecidos con el nacimiento de otra niña más. Pasaron los años y cuando aquel aciago día en el que Elena cumplía 17 años, se adentró en la barca de su padre y cruzando el lago huyó de su destino en busca de un futuro mejor. Debía ser entregada a uno de los varones, en contra de su voluntad. Consiguió permanecer escondida en las orillas del lago durante algún tiempo. Cuatro varones descendientes de cada familia, exacerbados e iracundos por el rechazo, batieron la zona en su búsqueda, encontrándola. Cediendo a sus instintos más primarios la violaron de forma brutal, dejándola moribunda. Ella, haciendo acopio de las escasas fuerzas que le quedaban y con su último aliento, entró en el lago y se hundió en las profundidades para no volver nunca más. Después de aquello nacieron más hijas, más hijos y el asentamiento creció, se convirtió en una aldea, en una villa, en un pueblo. Pero nunca más la primogénita sobrevivió. Ella volvía la primera noche después del decimoséptimo cumpleaños de las jóvenes, llevándoselas al fondo del lago. Cada aniversario de la muerte de Elena, en la primavera, con el primer deshielo y en sus barcas. Las familias atrayéndolas con las luces de sus lámparas, emergen del fondo dejándose vislumbrar por sus ellas.