miércoles, 21 de mayo de 2014

DEFENSA DE LA NATURALEZA

La vio surgir, inmensa, del agua revoltosa del mar. La contempló a la luz de la luna. Ella, solemne, se acercó a un montículo de arena y comenzó a cavar, despacio, sin pausa, de forma autómata. Él se relamía los labios. En cuestión de minutos tendría su premio. La tortuga escarbó en la duna. Los granos de arena volaban. El agujero era profundo, perfecto. La diosa naturaleza había grabado perfectamente en su precaria memoria los pasos a dar. Era primeriza y estaba agotada pero consiguió colocarse en el centro del hoyo, agarrándose con las patas a la arena. El esfuerzo dio sus frutos. El espía contemplaba la maravilla de la naturaleza contó, veintitrés, veinticuatro, veinticinco....casi ya estaba todo hecho. La tortuga marina terminó de expulsar los huevos con dolor y comenzó a tapar el lugar para esconderlo de los depredadores. Él corrió, no quería que el animal terminara de ocultar los huevos; si lo conseguía, sería incapaz de encontrar el lugar de nuevo. Se acercó y empujó a la tortuga que, aterrada, se escondió en su caparazón. Desde los arbustos del otro lado de la arena unos ojos negros vigilaban a la luz de la luna. Cogió su fusil de mira telescópica y apuntó. El silenciador que llevaba acoplado apagó el sonido del disparo. Se acercó al lugar y ayudó a la tortuga a tapar el agujero, luego la empujó suavemente hasta que las patas de la criatura rozaron el agua y contempló como retomaba su camino de vuelta a las profundidades del océano. Se giró y observó el cuerpo inerte del asesino de tortugas que yacía con los ojos en blanco, mirando al cielo. -Central, aquí Moreau. Uno menos. Sin ruido, todo perfecto. Continúo la batida. Hasta mañana. Mientras el soldado caminaba despacio por la playa con un cigarrillo en la boca, una camioneta se acercaba al lugar. Recogerían el cadáver y no quedarían restos de la puesta de la tortuga ni testigos de lo ocurrido. Isla de la Sal (Cabo Verde)