domingo, 22 de febrero de 2015

DE UN ROJO INTENSO


Brillaba húmeda ,de un rojo intenso, perfecta en su redondez.  La sostenía entre sus dedos temiendo aplastarla.  El aroma de la fruta inundaba su imaginación, evocando imágenes de arbustos repletos de frutos silvestres.  Los olores de un bosque de colores intensos y salvaje  le llegaba según le acercaba el arándano a los labios.  Unos labios, expectantes y ligeramente entreabiertos, temblaban.  Sentía, sin tocarla, su presencia. El olor fragante de su aftershave le hacía sentir como se elevaba su temperatura corporal sin poder controlarse. Poco a poco, su respiración iba acelerándose. Inspiró con fuerza y la sensación de inseguridad le hizo apretar los labios. Tenía los ojos tapados por la suave corbata de él y que, nada más entrar, le había colocado.  Se sentía insegura, quería que esta vez fuera diferente pero el ambiente, los aromas, le provocaron un estado alterado de conciencia desde el primer momento.  Dejó de ser ella misma para que sus instintos tomaran el control de su existencia.  Solo había llegado a ver una chimenea encendida y en el suelo, delante de ella, una champanera y una bandeja con unos pastelitos de aspecto delicioso que no alcanzó a ver bien.  Su voz  la trajo a la realidad del momento, le resultaba contradictoria; era calmada, grave y suave. Pero su transfondo tenía un ruego imperativo, al cual no era capaz de negarse.  ¿No era capaz? ¿O no quería?
-Confía-  El sonido de su voz le llegó de forma hipnotizante. Notaba el olor ácido del fruto del bosque, mezclado con el dulzón aroma del almíbar. Y esta vez, al entreabrir los labios, notó que su lengua, tímida al principio, se aventuraba a asomar entre sus labios, que ahora empezaban a humedecerse con la primigenia sensación de uno de sus instintos más básicos.  

Él la contempló durante un par de segundos, en los que el tiempo se deslizaba suavemente, alargándolos.  Contemplaba esos labios que se mostraban ansiosos  y que,  ahora, de forma hambrienta, ofrecían el fruto carnoso de su interior,  sugerían un mundo de sensaciones. Era tan apetitoso que se dejó llevar y lo atrapó con su boca para saborearlo poco a poco, despacio, notando la creciente humedad de sus bocas ante tan sabroso manjar.  El jugo de el fruto silvestre se mezcló con el sabor de la boca de ella, con un contraste que lo enloqueció. El suave olor de almendras lo enervó de tal manera que no pudo contenerse y, cercándola entre sus brazos,  la apretó contra su cuerpo para poder sentirla cerca y perderse en ella de forma tan intensa que cuando el primer pinchazo de dolor en el estómago lo dobló, no supo que le pasaba y, desconcertado, cayó.  Entre intensos dolores y con la respiración colapsada,  dando sus últimos estertores en el suelo a los pies de ella, murió.  Ella deslizó la corbata y la dejó caer sobre el cuerpo yaciente, contemplando la escena con una sonrisa fría en su cara.  Se limpió con cuidado el carmín de los labios, bebió un largo trago de cava y se comió despacio la fruta, mientras se deleitaba contemplando el magnífico cuerpo de su víctima, duro y musculado.  El rictus de su boca le recordó ese último beso y delante de la chimenea sobre la alfombra se desnudó despacio, se acarició primero suavemente, para ir elevando, poco a poco, el ritmo de sus manos y sus dedos sobre su piel, hasta llegar al clímax. Otra vez  volvió a tener esa sensación de no ser ella misma, como si se desdoblara; otra vez la dama de San Valentin tomó el control y había cobrado su pieza.