lunes, 17 de noviembre de 2014

LA PARTIDA


Observaban con tristeza las columnas de vapor que surgían de las chimeneas mientras las bielas y los engranajes comenzaban a despertar y los operarios se apresuraban a comprobar los motores. El puerto se había convertido en un hervidero de personas atareadas. Se miraron.
—¿Me escribirás? —le preguntó ella.
Él levantó la vista al cielo con resignación.
—Te repito que en Marte no hay oficina de correos.

—La verdad es que ya no me quieres —se quejó ella mientras observaba lánguidamente cómo ascendían hacia el cielo los barcos de propulsión a vapor.