viernes, 21 de noviembre de 2014

EL PARAGUAS PLEGADO



Las bicicletas abandonadas, atadas a los árboles y a las farolas, fueron las únicas testigos del insólito hecho, aquel día de lluvia intensa.
Apareció bajo un paraguas. Oculto su rostro por las sombras de la tela opaca y negra. La lluvia solo había rozado sus bajos del pantalón. El resto de su cuerpo permanecía seco, al resguardo del artilugio inventado para no mojarse por fuera.
Aferraba con fuerza el paraguas con sus manos enguantadas. Todavía fresca la sangre manchando la tela de esos guantes que había comprado en un chino barato.
No se arrepentía de nada y sabía que la lluvia borraría toda huella que pudiera delatarlo.
Las bicicletas no sintieron la presencia. Solo contemplaron, en su letargo mojado, como una silueta de mujer se acercaba flotando por la acera. A una velocidad vertiginosa voló en dirección al hombre del paraguas. Su paso salvaje hizo que todas las bicicletas, una a una, cayeran al suelo produciendo un estruendo que hizo detenerse al hombre del paraguas.
Se giró y la vio llegar, apenas sin tiempo a reaccionar y a huir, a salvar su vida, a esconderse de la sombra. La silueta, cubierta de sangre y con la marca del hacha en la frente, se abalanzó sobre el paraguas Lo plegó, aplastando la cabeza de su asesino.
Nadie vio nada, nadie oyó nada. Solo las bicis fueron testigos oculares de los hechos. La silueta se esfumó, tan rápidamente como había aparecido. Y en el suelo quedó un abandonado paraguas, plegado.