Fue doblar la esquina y
encontrarme de bruces con alguien (no me fijé), que musitó cuando lo esquivé:
—Esta es tu calle.
No me detuve para contestar que
no, que sólo era parte de mi camino apresurado. Ni las bicicletas se animan a
moverse, pienso según me alejo, y recuerdo el paraguas olvidado.
—Dos puntos para mí.
No puedo evitar decirlo en voz
alta. Encojo los hombros, levanto la solapa y mi vista busca el suelo,
intentando engañar a la lluvia...
Un chirrido de neumáticos se
abrió paso a través de los oídos, sacándola de su abstracción. Sintió un golpe
brutal en su cuerpo y experimentó un momento de ingravidez, mientras el tiempo
parecía ralentizarse. Antes de que todo estallara, creyó escuchar de nuevo:
—Esta es tu calle.