domingo, 23 de marzo de 2014

MILLET

Cuando Millet atrapó mi alma en aquel cuadro que acabaría expuesto en uno de los más famosos museos de Paris, pensó en que lo peor que le podía ocurrir no era el permanecer en aquella postura para la eternidad, viendo siempre el mismo paisaje en repetido gesto; era el tener que escuchar día tras día, hora tras hora, siempre la misma cantinela de los visitantes que pasaban por cientos delante del cuadro. Realismo francés, humanismo, segadoras, segadoras, segadoras. Así que saqué mi hoz, salté rasgando el cuadro y les segué la yugular. Después me senté en el marco, me fumé un cigarrito y, para variar, el espectáculo estaba delante de mí. Mientras, en el suelo el par de turistas se desangraban en el suelo del bonito Museo de Orsay.