viernes, 28 de marzo de 2014

DOS HORAS

Quedaban solo dos horas. Y recordaba aquellas reflexiones en las que se decían que hay minutos que parecen horas y horas que parecen minutos. El tiempo es relativo, en función de lo que esperamos, deseamos o vivimos. La felicidad adelanta el reloj, la tristeza lo hace discurrir de forma lenta hasta casi pensar que se ha detenido. ¿Qué hora sería? Volví a mirar el reloj, solo habían pasado dos minutos, aun quedaba una hora y cincuenta y ocho minutos. Mi ansiedad lo ralentizaba. Más allá de las pesadillas y de la intuición, como todo al final, es un acto de fe. Tendría que deslizar el cuchillo de lado a lado de su cuello, profundizando, rasgando la piel y su yugular, para dejar que la sangre se desbordara fuera de su cuerpo, llevándose con ella su vida, a borbotones. Así que, esperando que las agujas del reloj fueran avanzando hacia la hora final, deseaba que cuando el reloj marcara su hora fatídica el augurio se cumpliera, y que tal como se me comunicó en un sueño revelador, él volvería de entre los muertos en el momento que fuera la hora sexta, del sexto día, del sexto mes, del sexto año, después del segundo milenio, para sembrar la desolación, el caos y la muerte. Siempre y cuando que con fe realizara el sacrificio de mi primer primogénito. Para que posteriormente él pudiera renacer en mi cuerpo.