lunes, 28 de abril de 2014

LA LAGUNA DE KANAÁ

El caos ya había terminado y la luna se reflejaba con todo su esplendor en las aguas relajadas del lago. Entre las canoas flotaba una niebla fina y los Nanús respiraban tranquilos pues la paz había regresado. El silencio después de la batalla helaba la sangre de los dos hermanos y Farup, el más pequeño, aún boqueaba jadeante en un intento de expulsar su miedo, su terror. Los mayores observaban desde sus barcas el desenlace del rito que dictaba que solo uno saldría del agua, nunca ambos. Aunque el horror tenía otros planes. Comenzaron un canto, suave al principio y estridente al final, para llamar a Kanaá, el espíritu de la laguna, y este acudió a la invocación. El mal es impredecible y su vileza ruin, pues era un demonio viejo y escapó del control de los ancianos. Los veteranos no volvieron al poblado de los Nanús, pues les había engañado. No quería a los hermanos poderosos que le habían vencido, si no a aquellos que le habían requerido. Kanaá no regresó jamás, aunque en las noches de luna llena la laguna se cubre de niebla y voces cargadas de angustia.