sábado, 7 de marzo de 2015

UNA HABITACIÓN EN LA HABANA




—¿Qué te ocurre? —le preguntó su amiga.
—Nada —respondió—, solo nostalgia.
—¿Nostalgia? —se extrañó la otra.
—Solo son recuerdos que me han venido al ver este cuadro —Aclaró ella—. De cuando llegué a este lugar.
—¿Buenos o malos?
—De mi luna de miel.
   Las imágenes se sucedieron en su cabeza y la secuencia de lo que allí ocurrió hizo que un dolor, en apariencia olvidado, regresara a su corazón. Un pesar insoportable que caía sobre ella como una losa de hormigón acrecentando su agónica sensación de culpa y devolviéndole a la realidad de unos actos que destruyeron toda su felicidad.
   La pintura mostraba una sencilla calle de casas bajas de madera, de colores vivos, con porches al sol y la incesante melodía del son cubano a punto de ser escuchada en cualquier momento. Era un recordatorio de sus pecados. La escena de una cruel infidelidad y un horrendo desenlace.
   Una lágrima apareció en sus ojos.
—¿Zaira?
—Tranquila —suspiró—, estoy bien. Vámonos.

   Y ambas amigas salieron de aquella habitación en La Habana.