martes, 10 de marzo de 2015

LA CHABOLA


Siempre que pasamos al lado de la chabola me acuerdo y siento ese miedo antiguo que sentía cuando era pequeña. El mismo, no se ha ido como me decían los médicos. Sé que está muerto, pero al caminar al lado de mi amiga no puedo dejar de sentir el bombeo de mi corazón que se acelera. Y esa opresión en el pecho que me oprime las costillas. No miro, nunca giro el cuello en dirección a la chabola. Prefiero sentir ese extraño y conocido miedo que descubrir que tras las tablas de madera que tapan las entradas de la chabola me sigue esperando como antaño.
Siempre que pasamos al lado de la chabola toso. Y siempre la misma pregunta:
-¿Estás bien? Si quiere mañana cambiamos de ruta.
Y siempre la misma respuesta:
-No tranquila, sé que está muerto, sé que no saldrá ya nunca más de allí y tú llevas la bici. Si saliera, me subes a la cesta y huimos. Ya no siento miedo.