jueves, 12 de marzo de 2015

El antídoto








Raquel bebió sorbo a sorbo, tal y como él le pedía, el tazón de chocolate caliente. Cuando terminó, le dijo que se encontraba muy cansada y que prefería acostarse pronto. Vio cómo sus pupilas brillaban de alegría pero, aún así, le dio un beso en la mejilla.

Pablo entró en la habitación y contempló durante unos segundos el cuerpo de su mujer en la cama. Parecía dormida. Se aproximó y le tomó el pulso con cuidado. Estaba muerta.
Se dirigió al salón y, entre sollozos, telefoneó al médico que trataba a su esposa, el doctor Jiménez.
  -Si doctor , ha debido ser el corazón. Ya lo decía usted…
  -Lo siento. Cálmese y tome algún tranquilizante. Salgo ahora mismo hacia su casa.
Pablo se sirvió un güisqui y salió a la terraza. Encendió un cigarrillo y se tumbó en una hamaca.
Transcurridos unos minutos sonó el timbre y  abrió la puerta al médico.
  -Le reitero mi pésame, pero he de ver el cuerpo.
  -Acompáñeme, por favor. Está en el dormitorio.
Atravesaron el pasillo y Pablo abrió la puerta. Ambos se miraron con estupor: la cama estaba vacía. Pablo comenzó a notar un fuerte dolor en el pecho y cayó desplomado.

Raquel se vistió con su mejor traje de chaqueta negro. Acudió sola al entierro de Pablo conduciendo su deportivo.
  -Lo siento Raquel… Ha sido todo tan rápido…
  -La verdad es que no he tenido tiempo de digerirlo. Gracias, Manu, por venir. Tú eras su mejor amigo…

El doctor Jiménez se encontraba en el aula Magna de la facultad de Medicina. Ese día explicaba a los futuros médicos los efectos que producían en el corazón las toxinas que formaban parte del veneno de algunas serpientes. Un alumno se levantó:
  -¿Los efectos producen la muerte de forma instantánea?
  -Buena pregunta. Una vez formé parte como forense de un caso en el que un hombre administró a su pareja, en pequeñas dosis, la mencionada toxina. La esposa acudió a su médico extrañada ya que nunca había tenido problemas cardíacos. El especialista acudió un día a casa de la enferma, vio la víbora dentro de su terrario y no dudó en sospechar del marido. Consiguió el antídoto y la mujer dejó de sufrir.
 Cuando terminó, se dirigió a casa de Raquel. Subió en el ascensor pensando en el gilipollas de Pablo.
Raquel le esperaba con una botella de champán y dos copas:
  -Cariño… ¿Ya te has deshecho de la maldita serpiente?
  -Sí, esta mañana. La he llevado a un sitio de esos que acogen bichos raros…