viernes, 12 de diciembre de 2014

LA SIESTA




El hombre se quedó traspuesto con el libro abierto entre las manos. Las imágenes cobraron vida y salieron del papel para jugar.
Una se rió tan fuerte que el hombre dio un respingo en el sitio aunque sin llegar a abrir los ojos. Las demás la riñeron por armar tanto ruido.
El hombre ocultó una sonrisa y entre abrió los párpados mientras las dejaba jugar un rato más.
Cuando se desperezó, las imágenes corrieron a ocupar de nuevo su lugar.
-¿Hasta cuándo vamos a fingir que no sabemos que lo sabe? -susurró la más pequeña a las demás.
- Hasta que deje de pensar que nos chupamos el dedo...