lunes, 1 de diciembre de 2014

EL GATO ABRAZADO


   Caminaba por los silenciosos pasillos de aquel museo parándose a contemplar cada obra durante varios minutos, intentando desentrañar las pautas y los pasos seguidos por los autores en el proceso de creación hasta llegar al resultado final, cuando los sollozos de una pequeña niña llegaron a sus oídos.
   Recorrió con su mirada la sala donde se encontraba en busca de la fuente de aquel llanto. Vio parejas abrazadas, grupos de pensionistas y otros de chavales procedentes de alguna escuela. Encontró al vigilante en la puerta con la vista perdida. Nadie parecía escuchar el llanto de la pequeña.
   Se movió por la sala hasta descubrir, tras una gran escultura negra, a una pequeña con la cara colorada y el rostro anegado en lágrimas. Se agachó junto a ella y le preguntó:
— ¿Qué te pasa pequeña?
—He perdido a mi gato. ¿Ha visto usted a mi gato?
— ¿Te han dejado entrar con un gato en el museo?
—El siempre ha estado conmigo, —siguió sollozando ella—, siempre.
— ¿Ves a ese hombre de uniforme de la puerta?
—Si…
—Mientras yo le pregunto tu me esperas aquí. ¿Vale?
—Vale —sonrió ella.
   Se acercó al guardia, que le vio llegar, sonriendo.
—Buenas tardes. He encontrado una niña llorando por que ha perdido a su gato.
—Es usted un bromista —soltó el vigilante.
— ¿Perdón? —se sorprendió él.
—La única niña con gato es la de ese cuadro. —Y señaló hacia la pared de la derecha.
   Pudo comprobar, estupefacto, que la niña del cuadro era la niña del gato perdido. Corrió a donde la había dejado escondida para ver que ya no estaba allí. Aturdido caminó tambaleándose hacia un rincón y se sujetó contra la pared.
   Unos segundos después la voz de una mujer anunció que el museo iba a cerrar en cinco minutos. Algo más recuperado del susto avanzó por el pasillo y de pronto una voz le paralizó.
—Gracias señor por encontrar a mi gato.

   Salió corriendo del edificio sin mirar atrás con el espanto dibujado en su cara.