martes, 2 de diciembre de 2014

EL REGALO DE NAVIDAD



La foto fue la única prueba que inmortalizó el momento. Siempre que la miro, los vellos de mi cuerpo se erizan y un escalofrío recorre mi espina dorsal.
Ella mira sonriente a la cámara, abraza al gatito y no suelta al payaso. La foto perfecta. Todas mis amigas la admiran y sonríen. ¡Qué adorable tu niña!
Pero se percatan rápidamente de mi cambio de actitud. Mi tez pálida y mis ojos a punto de llorar, me delantan y, siempre la misma pregunta:
- ¿Dónde está el gatito? Nunca lo hemos visto corretear por la casa.
Y yo recuerdo aquellos horribles momentos, de nuevo, como si los viviera otra vez.
Mi hija mirándome, con sus ojillos perversos, sonriendo y abrazando al gatito. Y apretando, fuerte, muy fuerte, apretando hasta que el animalillo estalla, aplastado por sus fuertes brazos. Primero los ojos, desencajados de sus órbitas, saltan y caen al suelo como dos canicas muertas; luego su abdomen se abre y las vísceras del animal asoman entre la piel abierta y ensangrentada.
Nunca captó la cámara la escena, se cayó de mis manos sin fuerzas para sujetarla. La sangre se expandió por toda la habitación. El gatito solo duró unos minutos. Mi hija, riendo, soltó al animal ya muerto y bailó por el cuarto. Creo que mi mente no supo verlo pero estoy segura de que su payaso también bailaba y reía, ese, sí el que no soltó ni para hacerse la foto.