Ambas miraban el cuadro. Una, con
ojos críticos, y la otra, con pupilas sesgadas.
—Mañau.
—Si, a mí también me gusta,
eternizar ese día. Y la pequeña fue deliciosa. El rubor de sus mejillas
anticipaba una buena elección, ¿no es cierto?
—Niuuu
—Tienes hambre roja, ya lo sé.
Sólo quería enseñarte tu regalo, eres mi familiar desde hace ya mucho tiempo, o
muy poco, según se mire...
Pasó la lengua por sus labios,
recordando el banquete que las dos se dieron aquella noche memorable y mandó
plasmar, pasado el tiempo, en ese lienzo, que ahora contemplaban.
Desviaron la atención del óleo a
la vez para encontrar sus miradas. Escucharon una voz infantil que llamaba
desesperadamente a su madre. La gata se acomodó en el frío hombro y clavó las uñas,
traspasando el terciopelo del vestido de su ama, mientras en su mente felina
creaba una imagen.
Iba a jugar con una nueva amiga y
empezó a ronronear. Tenía una sed espantosa.