domingo, 21 de febrero de 2016

LA CUEVA Y EL COLCAJO


—Si tuviera que limpiarla, no la hubiera comprado tan grande, que eso nos lleva a la servidumbre del colgajo...
—Abuela, no empecemos a ser malhablada. Al fin y al cabo, vamos a presentar nuestros respetos tras su muerte.
La mujer, envuelta en un mantón negro, refunfuñó algo parecido a que ya pensaba que olvidó algún ingrediente y repentinamente dejó de murmurar.
La nieta de la mujer arrugada y doblada pasó su brazo por los hombros gastados y la miró con cariño, mientras se acercaban a su fachada principal. La anciana se detuvo y escupió hacia la casa con rencor.
—Podría ser nuestra, niña, ¡podría haberlo sido! Pero esa bruja escandinava, en el infierno esté, me ganó en la Cueva y todos estos años he tenido que soportar mucho a su servicio, en esta casa, maldita y maldecida por mí más veces que estrellas he podido contar en las noches sin dormir.
—El tiempo ha pasado, abuela, deberías olvidarle ya. Al final resultó ser un tirano y la nórdica (o de donde fuera) no llevó una vida agradable a su lado. Es un viejo amargado y solo...eso ya es suficiente maldición, creo yo.
La voz cascada rio al escuchar a la joven de su linaje y le dijo en voz baja, ya muy cerca de la entrada:

—¿Quién iba a imaginar que él era inmune a las pociones?