domingo, 6 de marzo de 2016

PUTAS GAVIOTAS



—Putas gaviotas. Hay que ver, ¡qué asco de bichos!
—¡Y que lo diga! Son como las ratas. Esta es una de las razones por las que echo de menos mi casa.
—¿Allí no tenéis gaviotas?
—¡Qué va! Nos las hemos comido todas. Ya sabe; la guerra, la hambruna…
—Es cierto, esas cosas pasan…
—…
—…
—Pues pensábamos que no, pero al final hemos tenido comida suficiente para ambos.
—Sin duda. Yo hasta estoy lleno. ¿Y tú, Robert?
—Con ganas de vomitar y todo.
—Aparte esa caja de mi vista. Solo de ver más carne, se me revuelve el estómago.
—Ipso facto, señor.
—Quién nos lo iba a decir, ¿verdad? Y sir Frederick decía que no sería suficiente.
—Además que sí. Desde que salimos de la Isla Calav.. ¡Fuera! ¡Fuera, coño! Les estoy cogiendo una manía a estas putas aves… ¡Dame mi espada!
—¡Por supuesto que sí, capitán! Tome.
—¡Morid! ¡Morid, bichos inmundos!
—¡Cuidado, señor! Eso a lo que acaba de acertar es mi sombrero.
—¡Mierda! Lo siento. ¿Está usted bien?
—Sí, bueno… Ha faltado poco.Por los pelos, diría yo…
—¿Por los pelos? ¡Por mi pericia, querrá decir!
—Sí, claro. Eso, por su perilla.
—Qué perilla, ni qué perilla. ¡Mi pericia! Mi destreza, mi maestría con las armas.
—Eso es cierto, señor. Tragando sables es usted todo un maestro.
—¿Insinúa algo, sir Robert?
—No, señor. No se me ocurriría.
—Ah, bueno. Me pareció detectar cierto deje de ironía en sus palabras. Quede claro que allá en las Indias, durante mi estan…
—¿En qué Indias, mi capitán?
—¿Cómo que…? Pues en las de… Allá, al otro lado del mundo. ¿Qué Indias van a ser?
—Pues… pues… Hay dos, señor. Las de la ruta de la seda, o las de los señores con pluma en…
—¡Calla, necio!
—Vale, vale, las de la pluma. Ahora todo encaja.
—¿Qué dice?
—Que qué hago con la caja… señor.
—Tírala por la borda. A ver si estas ratas con alas nos dejan de una puñetera vez.
—Pero, ¿también su contenido?
—¿Vas a comer más?
—No, a mi es que la casquería me da un poco de asquete…
—A mí también, Robert. No sabes cuánto te entiendo. Me dan unas arcadas, que ni mi hermana desnuda. ¡Puaj!
—Es cierto, capitán. ¡Puaj!
—No lo dirá por mi hermana…
—No, no… Que el cielo me perdone. No me atrevería. Lo digo por el contenido. Mire lo que pasa cuando lo muevo.
—Yegghhh…Es verdad. Deshágase de ello con celeridad.
—A sus órdenes, mi capitán.
—¡A la de una! ¡A la de dos! ¡Y a la de…!
—¡Espere!
—Y, ¿ahora qué pasa, señor?
—Déjeme echarle un último vistazo.
—¿Pero no le daba asco?
—¡Calle! Oremos.
—Oremos.
—Por el alma de Frederick.
—Por el alma de Frederick.
—Porque sin su ayuda, nos habríamos muerto de hambre.
—Porque sin… Bueno, sin su grasa también habría…
—¡Oremos!
—Sí, mi capitán! Oremos…
—Porque gracias a… ¡Joder con los putos bichos! A tomar por culo la caja, hombre ya.
—Adios, sir Frederick. Que allá donde esté su alma llegue lej…
—¡Sir Robert!
—¿Oremos?
—Este hombre es tonto. ¡Venga aquí! ¡Más vale que lleguemos a casa pronto, porque sino, me alimentaré de usted, y de su estupidez!
—Sí, me va a comer el rabo…
—¿Qué murmura?
—Nada, nada, que voy a comprobar los cabos. Los de las velas.

—Ah, vale. ¡Pero os queréis estar quietas! ¡Putas gaviotas!