sábado, 25 de octubre de 2014

LAS ESFERAS NEVADAS



La tienda olía a madera antigua y silencio. Ella deambulaba entre objetos y libros, preguntándose porqué había entrado, si no tenía dinero para obtener nada. Llamó su atención un mostrador en sombras, junto a la pared, atiborrado de esferas nevadas. Siempre quiso tener una, de pequeña. Nunca ocurrió.

El viejo encargado se acercó y empezaron a hablar sobre la diversidad de ellas y la minuciosidad del trabajo que llevaban. También escuchó, un poco distraída, las leyendas de su origen con los hombres. Contó que ciertos magos usaban los orbes de diferentes maneras, incluso que eran capaces de introducir realidades y enemigos en ellas. "Un mundo", le decía con voz cascada, "cada una es un mundo".

Ella apartó la vista de las esferas para mirar a su interlocutor. Ahora una alarma vibraba en sus oídos. Notaba cierto nerviosismo y ansiedad en su voz mientras ese anciano oriental le proponía cerrar los ojos y, de todas, elegir una: "Te mostrará el futuro, te hará ser dios en algún mundo..."

No le gustaban esos juegos, mas su mano parecía tener voluntad propia y sus ojos se cerraron a la vez. Levantó una, al azar, y la sacudió. Luchó por recobrar su ser y abrir los ojos, mas sólo podía oir a una mujer gritando horrorizada y un retumbar profundo. Cuando al fin lo logró, miró la esfera en su mano. Las lágrimas asomaron al ver que era ceniza lo que se posaba lentamente en el fondo. Y en el interior de la esfera había un pueblo destruido, con una mujer asomada en una ventana, en un grito continuo...