lunes, 20 de abril de 2015

LOS ORÁCULOS



El adolescente llegó hasta las grandes estatuas de los guerreros. Los contempló desde el suelo. Eran tan grandes que sus cabezas le tapaban el cielo.
Abrió el libro y leyó unas páginas de una historia mágica, inmortal.
Miró a los ojos a los gigantes pero éstos no se movieron.
Miró a los cielos en busca de algún amigo pero éste no apareció surcando las nubes con sus alas blancas como él había esperado ansioso.
Entristecido, bajó la mirada y caminó decepcionado y sin miedo por el asfalto. No volvió a alzar la vista hacía los colosos. Si lo hubiera hecho, su vida y su destino habrían cambiado por completo. Pero no lo hizo, como tantos otros incrédulos.
El adolescente continuó andando. Mientras, las figuras de los guerreros se giraban al unísono. Sus grandes hachas atravesaron el viento, sin ruido.
A lo lejos, un grito agónico de una mujer  hizo que los gigantes regresaran a sus posiciones habituales.
Una cabeza rodaba por el suelo con los ojos aún abiertos.
Una mujer corría, profiriendo alaridos.
Un libro yacía, callado, con las tapas cerradas de nuevo. En su interior las letras verdes y rojas bailaban; su historia seguía perdurando en el tiempo.
Un dragón blanco surgió del cielo raso, recogió el libro del suelo y retomó el vuelo.