miércoles, 9 de julio de 2014

FUEGO



Ya Platón atisbó en sus sueños la auténtica realidad de la vida. Dibujó una caverna y allí explicó que lo que vivíamos podía no ser real. Y que lo soñado sería la realidad.

Hoy me he levantado extrañamente ralentizada. Todo a mi alrededor se mueve a cámara lenta. Y un pequeño botón en mi precario cerebro se ha encendido de inmediato.
El cielo está enfurecido, de un rojo fuego, ardiente. Mi mente me grita: "no, no, no cojas el bus urbano". Y yo, inteligente, le hago caso.
Veo a la fila de personas inertes, medio muertas en vida, zombis robados de una novela de Alfonso Zamora, con sus estúpidos aparatos en sus manos y sus cascos en sus orejas. Sordos, mudos e inútiles caminantes, avanzar en la cola y subir al transporte público. Me fijo: es rojo, fuego enfurecido como el cielo.
Observo la vida moverse despacio desde la acera y miro al cielo que arde sin nubes.
El autobús cierra sus puertas y avanza. La calle desaparece en una nube de humo rojizo y un agujero de lava se abre en mitad de la avenida.
Todos caen al abismo de fuego. Nadie grita. Han sido engullidos por el mismo infierno y ni se han dado cuenta, iban embutidos en sus propios sueños de muertos.
Después de ver como caen pienso: "mejor hoy no voy a trabajar, parece que salir a la calle es peligroso".
Escucho sirenas que se acercan, me voy a soñar a mi cueva.