domingo, 15 de diciembre de 2013

EL MERCADO ANTIGUO

El sonido del rezo del despertar se escuchaba por encima del bullicio del mercado. El agua sucia corría por la calle de piedras levantadas. Apenas la luz del sol iluminaba el paisaje pero ya las más madrugadoras compradoras se hallaban discutiendo a voz en grito de precios en los puestos de frutas. El relojero colocaba pausadamente los relojes en su pañito. El pescatero limpiaba con delicadeza sus pescados. El frutero sacaba brillo con una tela a sus relucientes manzanas. Y bajo sus pies, apenas un susurro suave. Un garraspeo, una tos. Un estertor de muerte. Una respiración agitada que se apaga de repente. Las ratas contemplativas se acercan ya valientes al cuerpo sonrosado e inerte que ya no se mueve. Aún caliente comienzan su festín; un regalo caído del "cielo" a su reino de oscuridad. Nayara lloraba en silencio. Con el paño sucio de limpiarse las manos, había lavado su sangre. Con el cuchillo de cortar la carne cruda de las vacas de su padre, cortaba el cordón que le unía a la vida. Y contemplaba la alcantarilla, y sus lágrimas saladas quemaban su rostro, dejando su huella marcada para siempre en las arrugas de su dolor infinito.