jueves, 28 de noviembre de 2013

MUJER EN LA VENTANA de ANA ANDRÉS SORIA

Mis dedos sentían el áspero tacto del metal oxidado de la ventana. El acero estaba rojo anaranjado, moteado de negro y gris oscuro, deformado y arrugado por las inclemencias. Y estaba helado. Se escuchaba un sonido ahogado, como de lamento, viniendo desde abajo. No quería mirar hacia el suelo, así que desvié la mirada hacia el frente; las ventanas oscuras del edificio de enfrente, algunas iluminadas desde dentro, me la devolvieron. Se veían siluetas al otro lado de los cristales. El mismo sonido quejumbroso. Puse la vista en el cielo, oscuro y cubierto de nubarrones, anunciando tormenta. No quería mirar abajo. Me daba vértigo… Me daba vértigo verla ahí, colgada del alféizar metálico cubierto de óxido, gimiendo de terror e intentando llamar la atención de las indiferentes siluetas recortadas en la luz de las ventanas del edificio de enfrente. La primera gota cayó, con un ruido entre seco y musical, sobre la piel de mi mano. La sentí fría. Seguía ahí cuando solté sus dedos, agarrados con desesperación al metal. Cuando ella impactó contra el suelo, la gota se deslizó por mi antebrazo. Me puse las manos en la nuca. Las tenía heladas.