domingo, 22 de mayo de 2016

¡VEN, VEN HACIA LA LUZ, KAROLINI!



¡Ven hacia la luz! ¡Ven hacia la luz! Me decían.
Y yo, inocente de mí, salí de entre las sombras cálidas, allí donde siempre me había sentido segura asustando a los niños que venían de vez en cuando a perturbar la paz de mi guarida.
La luz era blanca y me cegaba. Yo, guiada por la voz de una mujer morena, que gesticulaba airada, hablando con un hombre de mono azul y con las manos llenas de cables, me acerqué al foco y me quemé.
Un resplandor me abrasó la oscuridad de mi vestido y se abrió una puerta al fondo del pasillo.
¡Ven, ven, ven hacia la luz, Karolini!
Ahora me aburro. Alrededor mío vuelan velos blancos, con sonrisas blancas y ojos pálidos. Todo es paz y me han prohibido regresar por el hueco de la escalera a la casa que me acogió cuando estaba muerta.
Pero yo espero a que los velos blancos se cansen de bailar la conga a mi alrededor para regresar. Hay una niña pequeña que, en las noches, lee a oscuras, y susurra mi nombre para que yo vuelva.
¡Vuelve, vuelve de la luz, Karolini!