No parecían diferentes, cuando nos paramos a un par de
metros de las niñas. Hablé moviendo apenas mis labios agrietados.
—Así que, estas son las niñas de las estrellas...
—Sí.
Odiaba el laconismo de mi guía. Nunca me daban datos
completos o información que pudiera orientarme en mi tarea. Pero se le escapó
algo, dos cosas llamaron mi atención. Una, la menor, había reído en cuanto
salió al exterior y dio sus primeras bocanadas de aire. La otra, a las pocas
horas empezó a hablar, antes aún de controlar sus labios para succionar. Dejó a
Malaquías y a Nostredamus por los suelos, en su primera parrafada...
Decidí indagar para satisfacer mi curiosidad.
—¿De qué han sido capaces, siendo tan pequeñas, para que me
llamárais?
Con cara de fastidio, advertido de no contrariarme, soltó
todo de golpe.
—Faltan cien almas, puede que más.
El alto funcionario del templo se estremeció visiblemente
justo en ese momento. Aún con una casi sobredosis de NoAl-3, empezaba a ser
influenciado ante ellas.
La ejecutora no lo necesitaba. La cercanía era casi
insoportable, sí; aunque observó que a otros mamíferos parecía no afectarles.
Un gato encaramado cerca parecía tranquilo y los pájaros no mostraban alarma
alguna, con sus trinos dedicados al cortejo.
—¿Tenéis la seguridad de hacer lo correcto? Acabo de pensar
en varias alternativas posibles.
—¡No debes cuestionar a los superiores! Hazlo ya.
Volvió sus ojos llameantes a las dos niñas, muy despacio, y
le contestó con un susurro casi inaudible:
—Yo voy por libre, imbécil.
En ese momento la mayor acercó una ramita florida a su rostro,
inspirando el aroma y mostrando una maravillosa sonrisa en su cara. Algo se
revolvió en su ser interno y dudó.
Eso fue un error inmenso por su parte.
Las dos niñas levantaron la vista y la miraron, a la vez. Se
sintió desdoblada, la sensación de tener un pie posado en magma y el otro
sumergido en hielo... todos los opuestos se reafirmaban sin fundirse, en un
instante de caída sin aire ni sustancia amiga. Por un instante, se bloqueó ante
el recuerdo abrumador de otra caída, tan antigua...Con un esfuerzo supremo,
encontró un vértice reconocible para regresar a ese tiempo, a su cuerpo de alas
arrancadas.
—Casi, casi, peques...
En un parpadeo asomaron dos cuchillos de sus mangas. Refulgieron
en sus manos las armas más arcaicas que encontró en su cubil, porque —también—
todo artefacto se descomponía ante ellas. Hizo una reverencia burlesca y luego
el acero bailó.