jueves, 13 de febrero de 2014

LA MUERTE TRANQUILA

Contemplaba el lienzo desde hacía casi tres cuartos de hora, y le seguía inquietando de forma extraña, sin poder apartar la vista de él. De hecho era el tercer día que acudía a la galería donde estaba expuesto. De pintor anónimo “La muerte tranquila”, mostraba a un moribundo en su lecho de muerte en una habitación destartalada, sucia y triste. Apenas una cama, dos sillas y un espejo. El ambiente irradiaba soledad. Y el ministro de la muerte cubría la escena de forma ominosa, pero la cara del personaje que se encontraba en la cama, tenía una extraña y rara paz. Dormía, pero no cabía duda, estaba muerto El autor no había trabajado la perspectiva y todos los elementos de la habitación parecían estar en un mismo plano, como en un retablo medieval y, sin embargo, se percibía toda la profundidad que la escena de la muerte de una persona requería. Conseguía transmitir con claridad la sensación de que la presencia del ángel de la muerte inundaba todo el cuadro. Transcendía del lienzo hipnotizándola. No solo a ella; también trastornaba a aquellos que se paraban a contemplarlo. Pero en su caso la tenía atrapada. De vuelta a su apartamento y mirándose en el espejo del baño, vio el reflejo detrás de ella de la habitación del cuadro. Su apartamento había desaparecido y, mirándole fijamente, de pie delante de la cama, el moribundo le tendía la mano de forma inquietante e imperiosa. El terror sacudió cada fibra de su ser, el grito se ahogó en las profundidades de su garganta sin emitir ni un solo ruido. A la mañana siguiente su madre la encontró en su cama acostada y arropada, nada estaba fuera de su sitio, solo sus ojos abiertos despedían un terror sobrenatural. Y la muerte lo cubría todo.