martes, 20 de septiembre de 2016

LA CASCADA SIN CUERDAS



Allí en el fondo del abismo todo gira y gira al compás de las horas de la vida. El haz de luz se alimenta de las lágrimas vertidas a diario por miles y miles de seres despoblados de todo sentimiento. Quizás si se cerrara la puerta al dolor, el abismo negro dejaría de ser alimentado y, así, moriría como mueren las flores venenosas cuando no se riegan.
Es difícil escalar una cascada sin cuerdas. Para conseguir el premio de la luz eterna he decidido beberme el agua del manantial hasta hartarme. Lograré ascender o moriré en el intento.
Me lleno la barriga de lágrimas. Duelen. Una quemazón interior me hace gritar al hueco de las nubes. Con la última gota que colma mi estómago exploto en mil pedazos.
Mis restos vuelan, saltan del agujero negro sin fondo, dejan de girar como locos. Puedo sentirlos, hechos trizas, pero vivos al fin.
Con torpeza coloco cada pedacito de mí en la hierba fresca del jardín de mis sueños. Poco a poco los voy uniendo. Primero una uña, luego una mano, después una pierna, al final los ojos. Y puedo contemplar el paraíso. Olvido, en esos maravillosos instantes, el ardor que me han provocado, minutos antes, todas las lágrimas tragadas junto a mi saliva.
Ahora ya no estoy en el fondo del abismo. He conseguido escalar la cascada sin cuerdas. Viviré hasta el fin de mis días entre las columnas de mármol, junto a mis sueños perdidos, encontrados de nuevo.