La música era ensordecedora y las luces de colores iluminaban la feria como si fuera un día de verano a pesar de que era el anochecer de una tarde invernal. Olor a manzanas bañadas en caramelo y algodón de azúcar, superado por el tufo del aceite quemado de churros y roscas de aceite. El carrusel giraba alegre con sus carros de alegres colores, caballitos de largas crines y criaturas mitologías; unicornios blancos, pegasos de alas poderosas, incluso hermosas sirenas que atraían a los niños como moscas a la miel. Lástima que algunos no consiguieran salir de él.
En el centro del
carrusel, en su más oscuridad profundidad, su alma se alimentaba de ellos.