—¡Señoras!
¡Señores! ¡Ha llegado el limpiador de sombras! —Se oyó chillar desde las
alturas—. ¡Limpiamos todo tipo de sombras! ¿Tiene mala sombra? ¿En su trabajo
alguien le hace sombra? ¡Nosotros acabamos con ellas!
La gente
miró sorprendida hacia el artefacto que les sobrevolaba.
—¡Garantizado!
—volvió a oírse gritar—. ¡Si no queda satisfecho le devolvemos el dinero!
Primero
fueron niños curiosos los que se aceraron al aparato volador que había descendido
en la plaza. Pronto a ellos se unieron paseantes ociosos y otros intrigados por
la oferta. Al final de la tarde solo una niña conservaba su sombra.
—¿Por qué
no vas a que te la quite? —le preguntó su amiga—. ¿De qué te sirve?
—Es mi
amiga —contestó la pequeña.
—Eres muy
rara —opinó la otra con un mohín mientras se alejaba.
—Son capaces
de abandonar una parte de sí mismos y yo soy la rara —susurró la niña mientras
se alejaba con la única compañía de su sombra.