La carreta estaba colocada en el mismo lugar en la que la habían dejado
al llegar. El fuego de la hoguera, con el asado desprendiendo un más que
apetecible olor, presidía el claro donde aquella familia decidió pasar la
noche. Los árboles que los rodeaban les servían de parapeto y el riachuelo les
prestaba el refresco y la limpieza que necesitaban.
El pistolero los contempló desde la otra
colina, escondido en las sombras de la noche sin querer llamar su atención. No
debía interferir en sus destinos, solo debía salvaguardar sus vidas y hacer que
estas llegaran al final de su recorrido. No necesitaban saber que él estaba
allí pues eso los destruiría.
Lloró sin remedio y decidió, como había
resuelto hacer mucho tiempo atrás, devolver a su familia el daño causado,
aunque tuviera que hacerlo desde la oscuridad. Muchos eran los que le buscaban
para matarlo, aunque ninguno sabía que él ya estaba muerto.