—¡Mira, mamá! ¡Barcos que vuelan!
—No digas tonterías, los barcos no vuelan —respondió su madre sin mirar al cielo.
El niño se soltó de su mano, y señalando al cielo, comenzó a gritar:
—¡Es verdad! ¡Mamá, es verdad! ¡Llevan globos, y vuelan! ¡Vuelan sobre nuestras cabezas!
La madre se quedó mirándole, sorprendida, pues recordó una escena similar, ocurrida muchos años atrás, solo que entonces, ella era la niña que gritaba a su madre, pidiéndole que mirara al cielo.
Un rumor de voces le hizo volver en sí, y se dio cuenta que la gente, al pasar a su lado, les miraba y cuchicheaban; rápidamente, bajó el brazo de su hijo, y mirándole a los ojos le dijo:
—Que sea la última vez que me dejas en ridículo. Ya eres mayor para tonterías.
Y siguieron su camino, sin mirar siquiera las sombras que dejaban en el suelo los barcos voladores.
—No digas tonterías, los barcos no vuelan —respondió su madre sin mirar al cielo.
El niño se soltó de su mano, y señalando al cielo, comenzó a gritar:
—¡Es verdad! ¡Mamá, es verdad! ¡Llevan globos, y vuelan! ¡Vuelan sobre nuestras cabezas!
La madre se quedó mirándole, sorprendida, pues recordó una escena similar, ocurrida muchos años atrás, solo que entonces, ella era la niña que gritaba a su madre, pidiéndole que mirara al cielo.
Un rumor de voces le hizo volver en sí, y se dio cuenta que la gente, al pasar a su lado, les miraba y cuchicheaban; rápidamente, bajó el brazo de su hijo, y mirándole a los ojos le dijo:
—Que sea la última vez que me dejas en ridículo. Ya eres mayor para tonterías.
Y siguieron su camino, sin mirar siquiera las sombras que dejaban en el suelo los barcos voladores.