En cuanto atravesara la
cristalera, aparecerían. Veía la terraza tan vacía desde donde ella se
encontraba...mas, al traspasar el umbral transparente, surgiría el mismo
escenario (sólo un momento antes sin un alma) con sus mesas y asientos
atestados, desbordante de gente con copas de cristal en sus manos. Lo que antes
era silencio, se convertiría en un murmullo caótico, multiplicado en docenas de
bocas que sonreirían, moviendo sus labios rosados.
La primera vez que sucedió
retrocedió por la sorpresa y todo desapareció como por arte de magia o una
alucinación. No quiso salir de nuevo a la terraza, pese a verla de nuevo
solitaria y se fue alejando por el pasillo en sombras, aturdida. No quería
volver a cruzar esos cristales, pero algo la atraía irremisiblemente a ese
lugar...
Una corriente la sacudió cuando
lo hizo por segunda vez. Permaneció inmóvil tras sus primeros pasos, mientras
esa cacofonía alrededor iba cobrando cierto sentido. Nadie parecía darse cuenta
de su presencia, nadie la miraba, como si no existiera. Y esa idea le produjo
un vértigo aterrador.
En la mesa cercana, una mujer se
ajusta el chal sobre sus hombros, quejándose del repentino frío. El hombre
maduro junto a ella contesta, riendo: