Ruido de metal y ondas sónicas
rudas. Fuego y peligro. Un viento controlado alzaba las
ramas más cercanas del calor malsano de la fogata, alejándolas. Las hojas
temblaban estremecidas, la vibración producida transmitía un grito de alerta y
expectación airada.
Unos a otros, los árboles se
cuestionaban, mientras las raíces excretaban los últimos recuerdos de los
ancestros milenarios. Supieron que estaban condenados.
Los troncos añejos, con un hilo
de savia, susurraban que ya no podían viajar como antaño, no en los cuerpos
arbóreos que habitaban desde hacía milenios, tras su llegada, en aquel mundo
azul.
El más joven de la horda
animal,sentado frente al árbol, se pregunta de dónde salió ese aire
inesperado... y tal como llega el pensamiento, lo olvida.
Aún queda una pizca del poder de
los Venerables, aunque es insuficiente, una sombra de lo que fue. No podrán
contenerlos.
Espantados, comparten el recuerdo
de las antiguas canciones planetarias. Los destructores de mundos habían
llegado, al fin.