Sentado en
el diván, con la mirada perdida en el mural de aquel dichoso árbol lleno de monos, esperaba la entrada en la
habitación del doctor. Sus pensamientos pasearon por cada una de aquellas ramas
contando todos y cada uno de aquellos animales. Grandes y pequeños. Altos y
bajos. Gordos y flacos. Hasta completar 24. Al pie del marco, en la zona
izquierda de la base, una frase le intrigó.
“24 monos sobre un árbol. 24 vidas para uno
solo”
—Los nativos de una región remota de la India lo
llaman “El árbol de la reencarnación” — Le
sorprendió una voz de mujer —. Según ellos, cada ser vivo en la tierra
disfrutará de 24 vidas distintas durante su existencia, para morir en paz
cuando las agote. Soy la doctora René —le sonrió.
—Yo…, solo estoy aquí porque me lo ordenó el juez
—Contestó con los grilletes en la mano—. Cree que me volví loco y que maté a mi
hija.
—Para eso es esta sesión. Ahora relájese y piense en
el árbol.
—Doctora…—sonrió con una extraña expresión.
— ¿Si? — le miró intrigada ella.
—Yo maté a mi hija —Y se abalanzó sobre la mujer,
libre de las esposas, para estrangularla mientras en su cabeza la algarabía,
los gritos y el escándalo de dos docenas de monos le recibían para llevarlo al
extremo de su locura. Cuando terminó, se sentó ante el dibujo y contempló como
uno de los monos había caído al suelo.