Cuando entró en la cocina y vio el cuenco
lleno de frutos rojos, se le escapó una tonta sonrisa. La punta de la lengua
jugó con los labios en una clara expresión de morbosidad. Sus manos libraron a
sus pies de los zapatos de tacón alto, mientras dejaba vagar su mente por la
dulce sorpresa recibida. Ella sabía de sobra que aquellos frutos no eran
afrodisíacos, pero la simple intención había provocado el despertar de sus
fantasías más locas.
Salió de la estancia y subió las escaleras
despacio, desnudándose de manera coqueta a la vez que en su imaginación las
imágenes se sucedían lujuriosas una detrás de otra. Cada beso, cada caricia y
cada muestra de erótica perversión, iban calentando y mojando su cuerpo. Su
precioso y voluptuoso cuerpo.
Empujó la puerta del dormitorio y escuchó el
agua correr en el baño. Con el simple roce de su dedo la entrada se abrió hacia
dentro, mostrando la espuma licuada que cubría el cuerpo desnudo y sonriente de
su chica.