Observaban con tristeza las
columnas de vapor que surgían de las chimeneas mientras las bielas y los
engranajes comenzaban a despertar y los operarios se apresuraban a comprobar
los motores. El puerto se había convertido en un hervidero de personas
atareadas. Se miraron.
—¿Me escribirás? —le preguntó
ella.
Él levantó la vista al cielo con
resignación.
—Te repito que en Marte no hay
oficina de correos.
—La verdad es que ya no me
quieres —se quejó ella mientras observaba lánguidamente cómo ascendían hacia el
cielo los barcos de propulsión a vapor.