Hans dejó transcurrir el tiempo. Por fin, se levantó de la
silla con un suspiro, abrió la puerta de su casa y se dirigió lentamente hacia
el río. El banco estaba vacío y se sentó en él. Dirigió la mirada hacia su
mujer y esperó pacientemente a que acabara de cantar la cancioncilla de
cumpleaños. Después se incorporó, la cogió dulcemente de la mano y, mientras se
quitaba una lágrima de la cara, la acompañó de nuevo al hogar.