Así te recuerdo yo. Preciosa, dulce,
enamorada. Entregada sin miramiento a la pasión de tu corazón y dejándote
llevar por las rutas descontroladas de tus sentimientos. Saboreando los tiernos
labios de un amor encontrado por casualidad un día de sol.
Esa es la imagen que de ti conservo. Sin
rubores ni vergüenzas. Dejando a un lado las miradas y pensamientos de
envidiosos que desaprueban tu conducta lasciva, calenturienta y obscena.
Obviando los reproches de aquellos que no entienden, ni lo harán nunca, el
poder infinito de un destino seducido.
Un banco del parque es el sitio ideal para
un amor escandaloso, donde la pintura en la que estás sentada a horcajadas
sobre tu desatada pareja nos muestra un tórrido encuentro donde las bocas se
buscan, se muerden y se desean sin control. Las manos que se esconden bajo tu
pelo, la que se oculta en tu falda para provocar ese gemido que te delata. No
hay tiempo ni espacio. La gente ha desaparecido y solo existes para este
desmesurado y peligroso amor. Todo carece de importancia. Todo excepto los
latidos de tu corazón.
Así te recuerdo yo. Como la Diosa del amor
inalcanzable entregada a un mundano y profano acto más típico del vulgo. Mi
pulso se acelera… o lo haría si tu amante del parque fuese yo.