Era la primera vez que salían solas, sin ojos vigilantes y regañinas
constantes. Las risitas que escapaban de sus bocas eran puro nervios
contenidos. Las tres llevaban los voladores que eligieron de la sala de las maravillas,
dispuestas a probarlos... y allí estaban, nada más emerger de su escapada,
desplegando colores e hilos luminiscentes.
Una de ellas, no. Una de ellas sostenía entre sus brazos el volador, maravillada de sus alas azuladas. Pensaba que, al estar en la sala de las maravillas de su padre, todo podría ser posible al desplegarla y lanzarla a jugar con los vientos que soplaban desde el desfiladero de arena, un lugar al que tenían terminantemente prohibido acercarse. Llegó junto a las dos más pequeñas, ya en la loma, enredando las cuerdas, antes aún de alcanzar una altura segura .
Una de ellas, no. Una de ellas sostenía entre sus brazos el volador, maravillada de sus alas azuladas. Pensaba que, al estar en la sala de las maravillas de su padre, todo podría ser posible al desplegarla y lanzarla a jugar con los vientos que soplaban desde el desfiladero de arena, un lugar al que tenían terminantemente prohibido acercarse. Llegó junto a las dos más pequeñas, ya en la loma, enredando las cuerdas, antes aún de alcanzar una altura segura .
—Por estar muy juntas, ya os lo dije... Eso es, pasa el cordaje por
detrás del suyo.
Según subían ambas cometas, iban haciéndose más grandes y las columnas y
pórticos parecían no terminar. Las ventanas y escaleras resplandecían oscuras,
esperando despertar. La mayor de las niñas frunció el ceño al advertirlo.
Sonaba triste, su voz. La escapada merecía la pena sólo si les daba para
mil y un recuerdos en sus sueños, porque en caso de que las encontraran allí el
castigo era seguro. Para un simple juego de artificios, no era necesario
exponerse al riesgo que afrontaban.
Miró a las ahora vulgares cometas en manos de sus dos acompañantes y se
encogió de hombros. Quizá no tenían con qué llenarlas. Su padre decía que había
seres que nunca soñaban con colores ni lugares, que su visión era brumosa por
dentro.
Humedeció el dedo meñique y lo levantó al cielo; verificó el aire que ululaba desde el desfiladero, inusualmente amable. Tragó saliva y sus papilas gustativas le hablaron de praderas verdes y un hayedo. Inspiró toda la luz que pudo y empezó a correr bajando la loma, riendo.
Humedeció el dedo meñique y lo levantó al cielo; verificó el aire que ululaba desde el desfiladero, inusualmente amable. Tragó saliva y sus papilas gustativas le hablaron de praderas verdes y un hayedo. Inspiró toda la luz que pudo y empezó a correr bajando la loma, riendo.
Su vista estaba puesta en el volador, agrandándose por momentos. Le
parecía que sus pies ya no tocaban el suelo, tan rápido veía lo que sucedía
alrededor. Dos puntitos le gritaban allá abajo y rió aún más alto. Escaló el
aire con la cuerda y llegó frente a las puertas inmensas de la casa cometa. En
ese instante, supo a donde se dirigiría en cuanto el viento la dejase, porque
el desfiladero de las arenas la llamó, cuando cató el aire.
Antes de entrar y ser su dueña, recordó con qué había llenado el volador.
Volvió la mirada al mundo, sobre el que planeaba dulcemente e hizo un gesto con
palabras. Todas las ventanas se abrieron y miles de mariposas salieron. Tantas,
que llegaron a cubrir el sol por un momento. Cada una de ellas portaba un grano
de arena del desfiladero de los sueños.
Un gato inmenso, para lo que es un gato corriente, se desperezó entonces
sobre una cumbre rocosa, cercana como ninguna al firmamento, para escuchar el
estruendo de alas que sacudía su descanso, olfateando solemnemente el caserón
fugitivo en el cielo del atardecer. Sacudió medio cuerpo y levantó una zarpa.
Podría atrapar a cada una de esas efímeras y coloridas mariposas, y
devolver los sueños robados al saco de arena, podría (a ella), hacerla regresar
a la sala de las maravillasantes aún de cometer su travesura, mas se
limitó a recostarse y volver al gran sueño.
Al fin y al cabo, su dominio se iba extendiendo.