La música de la feria va quedando detrás mientras el viejo
vendedor de globos se dirige hacia las afueras del pueblo. Poco después de
pasar junto a la última casa, unas voces blancas llegan hasta él. La música que
silba entre dientes muere poco a poco. Se gira lentamente y espera a que las
niñas lleguen a su altura. Se fija particularmente en la mayor de las tres, en
el vestido con estampado de grandes flores, en su media melena, en su mirada...
Las dos más pequeñas reclamaban su atención eligiendo primero un globo, luego
otro... finalmente decide por ellas y agachándose, les cede un cordel a cada
una, que callan de repente, asombradas ante sus magníficos globos. La mayor
parece todavía un poco reticente. El vendedor silba de nuevo la tonadilla entre
dientes, casi inaudible. La muchacha se acerca, como si flotara. El anciano
coge un tercer hilo, lo separa del resto y se lo entrega. De repente, las tres
niñas se marchan corriendo, delante de él, alejándose del pueblo. Van cantando
la cancioncilla que acaban de escuchar de labios del vendedor. Éste sonríe
mientras abre su mano y deja que una miríada de casas se alcen hacia el cielo.
Ya no le hacen falta. Lentamente, reanuda su camino, siguiéndolas. El silbido
es apenas imperceptible.