Sentía cómo la oscura y recargada atmósfera pesaba sobre su cabeza. El
temor le hacía fijarse en cada detalle, en cada movimiento; cualquier simple
detalle le hacía temblar: el traqueteo del tren nocturno, la oscilación en la
luz de una lámpara, un borboteo de la alcantarilla, el brillo en el espejo de
la tienda de antigüedades...
Un ruido a su espalda le hizo detenerse; comenzó a girarse lentamente,
mientras imágenes de locos con armas y monstruos extraños pasaban por su mente.
Justo en ese momento, una gran mano se posó en su hombro. No pudo aguantarlo
más, y lanzando un espantoso grito, cayó en redondo.
—Le juro que solo iba a preguntarle la hora, señor inspector; nada más.
—Ya, ¿y entonces va, y le da un infarto? Muy extraño ¿no le parece?
—Conozco a la víctima, era editor de un nuevo autor, un tal... Mmmm...
Lovecraft, eso es, H.P. Lovecraft.