Ya estaba allí cuando ella apareció. No pudo evitar decirlo.
—Ven, que te morreo.
—No, nada de ir al grano, listillo, que eso es muy
primitivo... ¿Nos sentamos en ese banco, o prefieres otro lugar?
—Por mí, hasta en la luna. Me encanta cómo vas vestida...
Ven, que te morreo.
Ella ríe pero no cede, que al principio el contacto es muy
raro. Él susurra su deseo con palabras, como un viento del sur impaciente.
Frente a frente, se miran inquietos.
—¿No tenemos otro sitio al que ir? Aquí cualquiera puede
vernos.
—No tengo suficientes bitcredits, nena, por eso me ves como
la última vez que quedamos, en el mismo lugar, que ya tengo contratado por un
año.Todo para poder estar contigo, cariño.
—Si pudiéramos, al menos, disfrutar de las nuevas
experiencias que prometen ahora, pero sólo he podido pagar un paquete básico.
—Por cierto,eres nueva en esto, ¿no?...bien, te vas a
sorprender.
—Acabo de instalarlo. Parece increíble que esta cosa pueda
hacer eso que me has contado.
—Ven, que te morreo.
La ganaba por insistencia agotadora, que conste. Ella sonrió
y ajustó la banda rígida sobre su frente, bajando el visor. Acercó los labios
al frío dispositivo junto al monitor con las pulsaciones disparadas; una mezcla
de temor y excitación...
A quinientos kilómetros de distancia, él sintió el beso más
deseado en toda su vida.