La mujer subió por las escaleras llevando en
la bandeja, con mucho cuidado de que no se le cayera nada, una taza de café
humeante y un plato de pastas de varios sabores que sabía que a él le
encantaban a esa hora de la tarde.
El rumor de una melodía se escapaba por
debajo de la puerta del estudio donde él se encerraba a trabajar. Una sencilla
secuencia de violín, tocada con delicadeza, que él escuchaba sin cesar cuando
estaba en proceso de creación.
Llamó a la puerta y esperó a recibir permiso
para entrar
—Entre Sra. Loops.
Ella entró a la sala plagada de cuadros con
pinceladas de imposibles colores e incomprensibles trazos que serían, en
palabras de él mismo, obras maestras en un futuro muy cercano. Le observó
sentado en su rincón favorito con un libro en las manos. Su favorito. Y sonrió.
—No se ría Sra. Loops.
Este libro, al igual que mis obras, algún día darán que hablar.
—No lo dudo señor.
—Ríase si quiere pero
Van Gogh será un grande de la pintura.
—Seguro que sí, señor.
—Y le dejó allí con su libro y sus pensamientos.