Felipe
cogió una de las dos piedras que había encima de la mesa y me la arrojó con
todas sus fuerzas.
El golpe en la cabeza me había regalado un enorme chichón. Veía doble, el cielo tenía un poderoso color rojo y la tierra un pálido azul. Sorprendía a los delfines saltando entre las rocas mientras por las plácidas aguas trepaban las cabras y los rebecos.
- Joder, te pedí que me dieras con la piedra del realismo, no con la de las alucinaciones… - dije llevándome la mano al centro de mi dolor.
- Mierda, ésa era la mía, ¿tú crees que funcionarán dos veces?
Al cabo de un rato, discutíamos acaloradamente sobre la existencia de Dios.
El golpe en la cabeza me había regalado un enorme chichón. Veía doble, el cielo tenía un poderoso color rojo y la tierra un pálido azul. Sorprendía a los delfines saltando entre las rocas mientras por las plácidas aguas trepaban las cabras y los rebecos.
- Joder, te pedí que me dieras con la piedra del realismo, no con la de las alucinaciones… - dije llevándome la mano al centro de mi dolor.
- Mierda, ésa era la mía, ¿tú crees que funcionarán dos veces?
Al cabo de un rato, discutíamos acaloradamente sobre la existencia de Dios.