Al principio las
odiaba, luego fue otro el graznar, porque ya no quedan canciones. Entre el
salitre y sus desechos van desmoronando la madera, y el velamen está agujereado
por los ácidos excrementales, que expulsan sin pudor.
Nunca cesan de
gritarme mientras vuelan que llega mi fin, que empezarán a devorarme por los
ojos... y mis labios agrietados forman una mueca de horror, porque ya no me
quedan muchos pensamientos con cordura.
He olvidado mi nombre,
no se dónde estoy... solo me aferro al maderamen en cubierta. Quizá, sean las
aves quienes lleven el rumbo del esquife, porque el viento es inexistente en
estas aguas silenciosas... ¿Estaré muriendo?
A veces entiendo mejor
su cacofonía sin término, sus risas afiladas, sus descensos veloces muy cerca
de mi rostro reseco, porque imagino que tengo aún un cuerpo.
¿Y si estuviera en una
especie de infierno? Agua sin tierra, con sed eterna. Acosada por los chillidos
sin fin, alargados a lamentos que semejan niños gimiendo, a cachorros siendo
despellejados...
¿Y si fuera un sueño?
me pregunté en algún momento, creo. Imaginé que podría llegar a tierra, con una
cascada dulce de bienvenida, con solo mi voluntad como guía, pero esas malditas
no me dejaron escapar...
En ese momento, al recordar lo que eran las aves abrió sus
ojos, y sabiendo que sería el último acto de voluntad propia, reunió su cuerpo
desmadejado y se tiró por la borda.
Todas se posaron donde un instante antes saltó y formaron
una figura oscura y reconocible, rompiendo después a volar desenfrenadas. El
esquife quedó vacío de nuevo, esperando.