—¿Has visto qué preciosidad de atardecer, Bigotitos? Una de
esas tardes en que da gusto estar vivo.
—Desde luego que sí —respondió el gato—, pero ¿no te dijo el
psiquiatra que no hablaras conmigo? ¿Que eso era síntoma de recaída?
—Sólo si me respondías, así que ya podrías callarte un rato.
—¡Eso sí que no! ¡Que uno será una alucinación, pero una
alucinación educada!