—¡Dios...dios!
Con parsimonia, algo parecido a un ángel asintió al
escucharlo. Se encontraba orbitando el éter de ese planeta tan productivo, un
verdadero hallazgo en sus viajes de exploración. Y bajó en su dirección.
Tras el gemido final, se dispuso a preparar el globo que
contendría cada una de esas sílabas extasiadas. Hizo una inspiración y las
capturó,para después exhalarlas en uno de color azul noche y, tras sellarlo, lo
soltó para que ascendiera junto con los demás que ya tenía recolectados.
Se reunió con él otra figura alada, un poco más pequeña, más
delicada. Ella pensaba que, tras el último gemido, nada quedaba... Pero allí
estaba él, rodeado de esferoides multicolores, provocando una corriente para
que subieran más y más alto.
—¡Este planeta es inagotable, está por todas partes!
Tenía razón,pensó mientras le veía contarlos. Se escuchaba
el éter como el ronroneo de una maquinaria constante, se repetían una y otra
vez esos suspiros... y el nombre de dios. Prestó atención, aunque no entendía
nada.
—Dios... eso no paran de decirlo.
El se giró hacia ella, ahora muy serio. Pasó muy cerca de su
rostro las alas, afiladas como cuchillas, provocando una brisa cosquilleante en
su piel desnuda.
—Tenemos que capturar todos los que podamos. Ayúdame y
abriré uno para ti, experimentarás algo que ya ni recordabas...
La miraba con tal luz en sus ojos, que aceptó. Extendió unas
alas negras como azabache cristalino y el rayo que desató acompañó su
movimiento. Juntos, formaban un equipo excepcional.
—Ya no podemos abarcar más, ni aún entre los dos. Cumple ya
tu promesa. Muéstrame lo que he olvidado.
Él, de toda esa miríada recolectada, escogió uno plateado y
refulgente, y se lo dio.
—Rompe el sello, mi amor.
Rio al escucharle decir eso, pensando que se había
contaminado con el éter tan denso y ruidoso de ese planeta , mientras lo abría.
La risa se cortó en seco en su garganta.
Sus ojos se humedecieron, sus latidos se aceleraron, la
respiración era caótica y el vello se erizaba en su piel...jadeaba, presa de
una urgencia extraña y quiso elevarse en un salto al espacio. Empezó a murmurar
sin saber bien lo que decía mientras deseaba estallar...
—¡Dios!
Ahora recordaba, mientras caía.
Él la sostuvo entre sus alas sin provocar ningún daño, y
quizá sí
estaba contaminado porque la besó en los labios
con delicadeza, entendiendo las lágrimas de pérdida que asomaban en sus iris
negros...
Regresaron a los abismos como una estrella fugaz, llevando
una estela multicolor tras ellos.