Le miraba la boca de
forma obsesiva, la veía mover los labios articulando palabras, pero él solo
escuchaba el bombeo de su sangre en la cabeza consecuencia de una respiración
acelerada. Esos labios carnosos, que
formaban un pequeño corazón cuando sorbía despacio de la pajita del
refresco. Seguía hablando de algo que él
no conseguía llegar a comprender.
Intentaba concentrar toda su atención en lo que ella decía pero su
mirada volvía una y otra vez a los movimientos de sus labios. Dios, ¿qué le estaba pasando? La punta de su lengua asomó tímidamente para
capturar delicadamente la pajita y seguir bebiendo. Cerró los ojos porque no podía controlar ni
su respiración ni las ganas de atraerla sobre sí y besarla, comer esa boca que
lo tenía enloquecido desde que se habían sentado en ese banco del parque y
habían comenzado a charlar de forma casual y distendida, con la confianza que
solo se tienen dos desconocidos que no se van a volver a ver.
Él abrió los ojos sobresaltado
al notar como ella, de forma ágil y rápida se había colocado sobre su
regazo. La bella desconocida notó como
el cuerpo de su compañero reaccionó de forma tan violenta que tensionó los
músculos cuando ella descargó su cuerpo sobre sus piernas y despacio, regalándose
en el momento, vio como aquella boca que deseaba hasta el dolor, fue
acercándose. Ella, justo antes de rozar
labio contra labio, solo le susurró un "lo siento" para luego
sumergir sus labios en los de él.
El beso profundo y
hambriento les colmó de placer, los roces sus alientos confundidos se
respiraban el uno al otro como si no fuera a haber un mañana. Y así era para uno de los dos. Ella con cada
roce, con cada succión, con cada incursión de su lengua le absorbía la vida,
porque ese era su alimento, vivía de aspirar la pasión de un hombre dándole la
felicidad en un beso que le dejara sin respiración. Era el destino de una
súcubo. El murió feliz, ella seguía hambrienta.